Gabrel no dijo nada al sentir como el muchacho le sacudía el cabello azulado, el cual a pesar de ser despeinado y limpio, era realmente áspero. Sin más, vio las vendas que el Inuzuka portaba en su torso, venía de una batalla o de una injuria grave, pero éste parecía sanar rápidamente. No diría nada al respecto, ni le interesa, era algo normal después de todo.
Cuando entraron a la tienda se encontraron con un hombre que, por su aspecto daba señales de tener una vida de excesos y su vestimenta daba a entender su dinero, deslumbraba el lugar con las gotas de sudor brillando en su rostro. No había dudas de que era el pez gordo que se casaría y que, olvidándose de lo importante, tenía que comprar un regalo a su futura esposa. “Excusas”, fue la palabra que surgió en la mente de Gabrel al escuchar los pretextos que daba a entender del por qué no podía encargarse él mismo, pero, una vez terminó de hablar y le entregó una fotografía de su prometida, salió rápidamente de la tienda.
Al mirar a la fotografía, Gabrel se sorprendió, cada día le sorprendía más la humanidad. El hombre, de aspecto adinerado, relleno y con un bigote que no le quedaba bien, contrastaba completamente con el aspecto de su prometida, una joven de no más de veinticinco años, de esbelta figura, cabellos negros y ondulados, con unos ojos perlados que daban noción de calma y paciencia. Pero eso no era para lo que estaba él allí, tenía que elegir un regalo… un regalo, nunca había decidido por uno de ellos y era algo realmente fuera de su experiencia. Simplemente se limitó a adentrarse en su mente, buscando la respuesta.
Pero se detuvo de repente y levantó la mirada, mirando a su alrededor. Veía cada joya con detenimiento por no más de tres minutos, para luego pasar a la siguiente. Buscaba algo perlado y, sin más, al encontrar un hermoso collar de plata con una perla incrustada en forma de joya, le habló a su acompañante.
-Éste es… -y señaló sin más el collar, mostrándole la fotografía.